Las distintas formas de vida son un fenómeno cotidiano para nosotros, lo que produce un sentimiento de familiaridad tan normal que alguna reacción de asombro o admiración por ellas es apenas ocasional. El aleteo de una mariposa o el abrir de una flor llaman la atención como curiosidades, aunque probablemente en más de una ocasión estos, o fenómenos semejantes, han iniciado reflexiones interesantes. Seguramente los aromas desprendidos por las flores y frutos o el vuelo logrado a veces con agitado aleteo por algunas aves han permitido expresar ideas sobre cómo se han desarrollado estos fenómenos biológicos.
Para entender cada vez mejor este tipo de inquietudes los caminos son muchos y variados, pero tienen en común algo, nacen de la observación que finalmente motiva acciones que producen respuestas cada vez mejor fundamentadas. Las observaciones que se han hecho sobre la vida a lo largo de la historia del hombre muestran que ésta apareció en la Tierra hace aproximadamente 3800 millones de años y que a partir de ese momento un constante interactuar entre el mundo físico y biológico ha producido importantes y variados escenarios en donde los organismos se han podido establecer, generando la impresionante biodiversidad actual.
Al irse sucediendo estas interacciones se formaron recursos naturales renovables y no renovables; dentro de los no renovables se encuentran los fósiles, que son evidencia insustituible sobre la vida pasada, mostrando de manera exquisita sus formas, asociaciones, interacciones, nuevas apariciones o extinciones, etc.
Seguramente el interés por la vida pasada facilitará entender que los fósiles hablan y enseñan secretos de la vida de otra forma desconocidos, pero se debe aprender a escucharlos, leerlos, cuidarlos e interpretarlos.
