Cualquier evidencia de vida en el pasado o cualquier rastro de que existió vida pueden ser considerados como un fósil. Sin embargo, existen ciertos límites a esta sencilla oración para poder entender correctamente lo que en realidad es un fósil. Para ser considerado como tal, es necesario que se hayan dado procesos naturales que permitan su conservación por miles e incluso millones de años, por lo menos más de diez mil.
Entender que los fósiles se forman sin intervención humana permite separar a la paleontología de otra ciencia que también estudia los restos del pasado: la arqueología.
Así, entenderemos que la paleontología es aquella ciencia que se encarga no solo de estudiar a los fósiles, sino que su objetivo principal es reconstruir y saber cuándo empezó la vida sobre nuestro planeta y cómo esta se diversificó a través del tiempo hasta llegar a convertirse en lo que es hoy. Las claras pistas de cómo han acontecido esta infinidad de sucesos, tanto geológicos como biológicos, las podemos conocer gracias a los fósiles implacables que encontramos en las rocas sedimentarias de la Tierra.
Sin la maravillosa presencia de los fósiles sería imposible saber con certeza cuándo las primeras formas de vida comenzaron a abrirse camino en un lugar que podría parecernos inhóspito e imposible de habitar. Gracias a la presencia en las rocas de seres diminutos, conocidos como bacterias, sabemos que los primeros intentos de vida se dieron hace 3 800 millones de años. No olvidemos que la Tierra se formó hace 4 500 millones de años aproximadamente.