Composición de un pequeño orden a partir de un lugar que es todos y ninguno de la provincia tendida sobre las cosas de México, crónica interior que comienza un mediodía y acaba un atardecer y en medio se suceden y se entrelazan varias vidas y generaciones, varios arribos y partidas de sueños como barcos, de mareas y espumas humanas-; retrato de puerto con familia y narración para narrar en las barcas, El puerto bajo la bruma de Alvaro Ruiz Abreu es la intensa y absorbente primera novela de un autor que ha sabido ponerle reloj y brújula al trópico mexicano; el registro no sólo de sus colores pellicerianos sino de sus pulsiones elementales, el circuito eterno que va de la plenitud marina a la asfixia verde y de ahí nuevamente a la plenitud, el oficio de vida de hombres y mujeres en el linde de la candidez o el acto sórdido, de las tiernas profundidades o de la gratitud con que se clausuran destinos y se abren vacíos en el centro de la existencia.
Esta novela organiza y dispone un mundo perpetuamente cercano a la conmoción y, pese a todo, instintiva o lúcidamente empeñado en vadear el deterioro, en rescatar el tiempo ido franqueando los obstáculos de la contracorriente y lanzar la vida hacia el futuro, o ponerla a fluir de nuevo sobre el río. El trópico, soy yo podría decir cada uno de los personajes de Ruiz Abreu en el cumplimiento de sus propios avatares. Amadeo, Esteban, Eduardo de la Fuente; Sara, Berta y el Capitán Govea; Uribe y Aniceta, Moctezuma y Riveroll: no dejan de persistir en la cabeza del lector porque, a la manera de los mares valeryanos, tanto ellos como el trópico están siempre, siempre recomenzando.
