Vivimos en una era de velocidad positiva. En lugar de que experimentemos el dolor de la necesidad, convertimos la necesidad en placer. Esto quiere decir que las necesidades son oportunidades de hacer lo que se quiere. Hoy en día, se crean nuevas necesidades bajo el supuesto de que es positivo tenerlas, vivirlas, sufrirlas, con el propósito de vencerlas. Vencer la necesidad es, a fin de cuentas, satisfacer lo que falta por medio de esos padecimientos que se soportan con tal de acumular ganancias, dinero, poder, prestigio, fama. Por eso, en nuestro tiempo, el individuo se disciplina a sí mismo. No hace falta que el patrón, el jefe, el encargado de un área, recuerden cómo se tienen que hacer las cosas. De lo que se trata es que uno se vigile a sí mismo, y así producir más cosas.
La diferencia entre Vita activa y vita contemplativa nos lleva a pensar que si bien ya no se contempla por la acelerada velocidad con la que se hacen cosas, Hannah Arendt se equivoca cuando propone suspender la actividad para dar paso a la contemplación. No hay vida más activa que la contemplativa. De suerte que de lo que se trata es de suplir la actividad del mero hacer por la actividad del pensar.
En este libro vemos al observador en todos los ojos que saben lo que hacemos, lo que decimos, lo que ponemos en internet. Ha muerto la privacidad, y con ella ha muerto el ámbito de lo público. El mundo del afuera como sentido de expresión no exige una puerta por la que se sale. EL afuera es el adentro: siempre estamos expuestos a otras miradas.
Han nos invita a pensar de nuevo...
