La computadora u ordenador como la suelen llamar los españoles es sobre todo una máquina del tiempo. Me explico. Si yo entro en internet puedo navegar, como se dice, en diversos espacios de información: ir al Archivo de Indias en Sevilla, a la Universidad de Salamanca o a la de Alcalá de Henares. Puedo navegar a cualquier parte y en cualquier parte. De igual manera puedo enviar un email o correo electrónico en cuestión de segundos y recibir inmediatamente la respuesta. Puedo entrar en messenger y chatear como le llaman, utilizando un neologismo (del inglés chatter, charlar) muy de moda aunque chocante al oído. Pero esta charla, y cualquiera que maneje la computadora lo sabe, es instantánea; aunque se hallen los interlocutores a miles y miles de millas de distancia. Por eso creo que se trata de una máquina del tiempo. Ahora bien, conozco hombres de mi generación que se niegan a utilizar y manejar la computadora porque se consideran personas de su tiempo que no ceden nada, absolutamente nada, para substituir la delicia de la pluma (fuente, estilográfica, etcétera) acariciando el papel terso y blanco. Olvidan que estas últimas que cito substituyeron a la de ave, merced a la cual tenemos las obras de Shakespeare y el prodigio de El Quijote. Allá cada quien. Por mi parte pienso que si a tradición formal y objetiva fuéramos, meramente formal y objetiva, tendríamos que conservar en nuestra mesa de trabajo el stilus, es decir, el estilo o punzón con el cual escribían los antiguos en tablas enceradas (sus cuadernos de notas, incluso). De aquí, obviamente, se ha derivado el sentido que le damos a la palabra estilo cuando aludimos a un escritor.
