Adán Gorozpe es un arribista, y lo reconoce sin ambages. Su matrimonio con Priscila, codiciada heredera del poderoso empresario Celestino Holguín (mejor conocido como el Rey del Bizcocho), fue un afortunado lance que, en palabras llanas, se llama "dar el braguetazo", y lo llevó de pobretón pasante de la carrera de Leyes a influyente abogado empresarial dueño de vidas y haciendas, aún más encumbrado que su suegro. Como le queda claro que la dicha conyugal, si acaso estuvo en sus planes, jamás llegará, establece una tajante frontera: de un lado quedan el tedio matrimonial y la ridiculez familiar, y del otro su esfera de poder y los encuentros eróticos con su amante Ele, real mujer de su vida.
Así las cosas entra en escena Adán Góngora, ministro a cargo de la seguridad nacional, chiquito, pero picoso: minúsculo hombrecito por su baja estatura, pero gran calamidad por los alcances de su malicia. Dada la corrupción gigantesca de las fuerzas del orden, en las que la mitad de los policías son criminales y la mitad de los criminales, policías, tiene plena certeza de cuál es la mejor estrategia para combatir ese caos: "Todos sabemos que la seguridad nacional es insegura. Las fuerzas del orden se alían fácilmente con las fuerzas del desorden. Los policías ganan sueldos de miseria. Los criminales les multiplican el sueldo. De tres mil pesos mensuales a trescientos mil.