Miranda Cheever apuntó ese secreto en su diario con sólo diez años. Y es que la fascinación que el atractivo Nigel Bevelstoke, vizconde Turner, le despertó con un ligero beso en su manita selló su destino para siempre. Y eso no fue todo: él le prometió que con el tiempo se convertiría en una mujer hermosa e inteligente, lo que terminó de conmover a la niñita que por entonces no mostraba ningún signo de llegar a ser una belleza.