El peso de la carencia deja en nosotros una sensación de vacío, una inmovilidad y un rechazo que nos hacen ser unos extraños para nosotros mismos. Y acusamos de ello a nuestros padres, por no habernos dado nunca lo suficiente, y nos sentimos resentidos con nosotros mismos por haber carecido de lo que habría podido atraernos su benevolencia. Para solucionarlo, bastaría con que nos deshiciéramos del mito de la carencia, que perpetuamos mediante el auto privación.
¿Cómo lograrlo? Pasando por el no-hacer. Limitándonos a ser. Haciendo frente a la carencia. Y todo ello durante el tiempo suficiente para descubrir la fuerza que nos mantiene en el fondo: nuestro resentimiento. Y luego aceptar esa nuestra tristeza que refleja nuestra impotencia para cambiar la realidad y que es también nuestra más íntima ternura para con nosotros mismos. Debemos permitirle que nos libre de la amargura y el absurdo en que estamos confinados.
El arco iris interior nos acompaña en nuestra soledad, que es la de "quien se sabe solo por ser único, no por haber venido a menos", escribe el autor. Con él descubrimos ese "estado renovado de desconocimiento" del que brota la vida de nuestro ser. El estado prodigioso de un presente intacto, liberado de nuestros recuerdos de la carencia.
