Como Basil, el pintor de esta novela, Oscar Wilde es un perfecto retratista. En sus letras, se refleja la bella apariencia de la sociedad victoriana que enmascara sus pasiones más perversas. Su mérito, sin embargo, no consiste en ofrecernos una radiografía de la sociedad de su tiempo, sino en encararnos con los rincones más oscuros del alma humana, aquellos en los que se anidan los deseos cuya satisfacción supone nuestro aniquilamiento. De esos rincones surge el personaje de Dorian Grey, un hombre que desea la imperturbabilidad de la belleza y una vida que se desenvuelva en un presente eterno.