En el nuevo hogar se crían y venden conejos. Ésa es la fachada pública, porque en verdad es una casa clandestina de Montoneros, una de las más sensibles. Allí dentro los nervios y la ansiedad se aplacan limpiando pistolas y fusiles, acomodando granadas, o en mateadas fugaces y amenas. Los compañeros ya mueren o desaparecen en las calles, y cada semana el ambiente se degrada. La infancia de esa niña declina con el terror de los adultos, con frases cargadas de ira, de una lógica que no logra descubrir y que la apremia. Su inocencia se evapora al mismo tiempo que la Argentina se hunde en la violencia.